Reflexión sobre el Evangelio dominical
por Magdalena y Carlos Altamirano
La liturgia de este domingo nos invita a reconocer la misión de profeta que Dios nos da a todos, así como a descubrir que Él puede dar esa misión a miembros cercanos a nosotros, inclusive de nuestra familia. El profeta es enviado a comunicar la palabra de Dios, a veces a su propio pueblo, como observamos en el pasaje del libro de Ezequiel. Y ese mensajero puede tener debilidades, lo cual es aceptado por Dios porque impide que el profeta se llene de soberbia y manifiesta que el poder viene de Cristo, como indica Pablo en su segunda Carta a los corintios.
Dios puede hablarnos por medio de una persona cercana, y eso no siempre es fácil de aceptar. En definitiva, nos resulta difícil creer que Dios, que es tan grande, pueda venir a nosotros de manera tan sencilla y cotidiana, y rebajarse a hablar a través de a persona tan común a nosotros, una persona a quien le conocemos bien sus fragilidades. Como nos recuerda el Papa Francisco: «Es el escándalo de la encarnación: el evento desconcertante de un Dios hecho carne, que piensa con una mente de hombre, trabaja y actúa con manos de hombre, ama con un corazón de hombre, un Dios que lucha, come y duerme como cada uno de nosotros» (Papa Francisco, Ángelus del 8 de julio de 2018). Esta dificultad representa en definitiva una falta de fe. El mismo pontífice nos indica que: «debemos esforzarnos en abrir el corazón y la mente, para acoger la realidad divina que viene a nuestro encuentro». Y Dios puede venir a nuestro encuentro de diversas maneras, inclusive a través de las personas más cercanas.
En ocasiones, no valoramos a personas que tenemos en casa, o no las valoramos de la misma manera que lo hacemos con personas que son lejanas a nosotros, que recién conocemos, las cuales nos impresionan con comentarios y actuaciones diferentes. Parece que la convivencia cercana y cotidiana con alguien revela más rápidamente su fragilidad humana y eso nos impide ver sus dones. Por ejemplo, vemos crecer a nuestros hijos, a veces con diversos problemas, y nos cuesta valorar y reconocer que ellos pueden tener dones a través de los cuales Dios nos quiera enseñar algo. En lo que respecta a nuestro cónyuge, nuestra soberbia y orgullo puede impedir que abramos el corazón a nuestro compañero de vida. No obstante, el Evangelio de hoy nos llama también, de alguna manera, a mirar a nuestra familia a través de los ojos de Jesús; a valorarla; a aprender a reconocer los dones que Dios le dio a nuestro cónyuge e hijos; a no enfocarnos solamente en sus defectos. No olvidemos que nuestro cónyuge o hijos podrían ser instrumentos de Dios en este momento. La familia, comunidad de amor, debe ser capaz de acoger y valorar los dones que Dios le da a cada uno de los miembros sabiendo que son estos medios para poder crecer en la fe, esperanza y caridad.
Señor ayúdanos a reconocer los dones que tu les has dado a nuestro cónyuge y a nuestros hijos, para poder valorar y aprender de ellos cada día de nuestra vida.
EVANGELIO
Mc 6,1-6
Del santo Evangelio según san Marcos.
En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro:
«¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?». Y estaban desconcertados.
Pero Jesús les dijo: «Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa». Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos.